Adam Smith, el padre de la economía moderna, escribió que no era por la benevolencia del carnicero y el panadero por lo que podíamos cenar cada noche, sino porque ambos se preocupaban por su propio bienestar; así, el ánimo de lucro hacia girar el mundo y nació el Homo economicus que ha dominado nuestra concepción del mundo desde entonces y su influencia se ha extendido desde el mercado hasta la manera como compramos, trabajamos y nos relacionamos. Sin embargo, Adam Smith cenaba cada noche gracias a que su madre le preparaba la cena, y no lo hacía por egoísmo, sino por amor.
Hoy la economía se centra en el interés propio y excluye cualquier otra motivación. Ignora el trabajo no remunerado de criar, cuidar, limpiar y cocinar. E insiste en que si a las mujeres se les paga menos es porque su trabajo vale menos, ¿por qué, si no? La economía nos ha contado una historia sobre cómo funciona el mundo y nos la hemos creído hasta el final, dice Katrine Marçal.
El punto de partida del libro dividido en 16 capítulos es el siguiente: “Cuando Adam Smith se sentaba a cenar pensaba que si tenía la comida en la mesa no era porque les cayera bien al carnicero y al panadero, porque estos perseguían sus propios intereses por medio del comercio. Era, por tanto, el interés propio el que le servía la cena. Sin embargo, ¿era así realmente? ¿Quién le preparaba, a la hora de la verdad, ese filete a Adam Smith?”.
Marçal llama la atención sobre cómo no solo hay un “segundo sexo” sino también una “segunda economía”. O, dicho de otra manera: frente al trabajo de los hombres que es el que cuenta, el invisible de las mujeres; frente al desarrollado en el espacio público, considerado productivo y, por lo tanto, con valor social y económico, el que tradicionalmente ha estado en el privado y que en consecuencia se ha considerado más una proyección natural de la feminidad que un auténtico motor de la economía.
Para la autora, Margaret Douglas, la madre de Adam Smith, es la pieza que faltaba al rompecabezas. Ella, y todas las Margaret del mundo, nos demuestran que “el secreto mejor guardado del feminismo radica en lo relevante que un enfoque feminista resulta a la hora de buscar una solución a nuestros principales problemas económicos convencionales”. No basta pues, con añadir mujeres a la mezcla y agitar. Hace falta reformar nuestras sociedades, economías y políticas. O, lo que es lo mismo, “hemos de decir adiós al hombre económico y construir una sociedad que dé cabida a una concepción más amplia e integradora de lo humano”.
Sobre esta línea, la autora advierte que, sin un plato de comida caliente sobre la mesa, Smith difícilmente hubiese podido publicar –o tan siquiera escribir– su obra más famosa, La riqueza de las naciones. Así , la periodista nórdica nos invita a preguntarnos quiénes son las Margaret Douglas de nuestro presente y, sobre todo, en qué condiciones viven, partiendo de una premisa: “Hay cuerpos que trabajan, cuerpos que necesitan cuidados, cuerpos que crean otros cuerpos. Cuerpos que nacen, envejecen y mueren. Cuerpos que tienen un sexo. Cuerpos que necesitan ayuda en muchas fases de la vida. Y, además, hay una sociedad que organiza todo esto”.
¿Quién le hacía la cena a Adam Smith? Una historia de las mujeres y la economía propone reorganizar la sociedad, contemplando la diversidad de experiencias humanas. La obra apela a que las tareas de cuidado son un insumo imprescindible de generación de valor y trabajo.