A partir de dos preguntas: ¿Por qué la política y sus actores siempre nos decepcionan? y ¿por qué padecemos tal grado de desafección política?, Ansel plantea que tal vez el problema no son los políticos sino nuestra disonancia cognitiva. De ahí que cada una de las cuatro partes del libro aborden un concepto, su trampa y cómo escapar de esa trampa. Los conceptos son: democracia, igualdad, solidaridad, seguridad y prosperidad.
Des esos conceptos el autor señala que son estimables todos ellos; son metas en las que la mayoría podemos estar de acuerdo, aun cuando discutamos sobre cuestiones de detalle o sobre los medios para alcanzarlos. Añade que objetivos colectivos como estos deberían estar a nuestro alcance o, aunque nunca logremos alcanzarlos plenamente, por lo menos deberíamos ser capaces en avanzar en dirección a ellos.
“Queremos vivir en democracia, pero la voluntad popular es un mito. Anhelamos la igualdad, siempre y cuando no sea nuestra riqueza la que está en juego. Abogamos por la solidaridad, más cuando la recibimos que cuando la damos. Exigimos más seguridad, pero no si limita nuestras libertades. Y queremos una economía próspera, pero lo que nos hace más ricos a corto plazo, nos empobrece a largo plazo. Siempre se repite el mismo patrón: nuestro propio interés perjudica nuestra capacidad para alcanzar objetivos colectivos”, explica el autor.
Y, tal vez, a manera de punto de partida para comprender la interacción de los cinco conceptos, dice que la palabra política está erizada de espinas. “Para algunos hace referencia a las intrigas y la venalidad de los políticos. Para otros, evoca la posibilidad de lograr colectivamente lo que nadie puede hacer por sí solo. O quizá ambas cosas. Trata de promesas que nos hacemos los unos a los otros en un mundo incierto. Y resulta esencial con vistas a resolver dilemas comunes, desde el cambio climático hasta guerra civiles, desde la pobreza mundial hasta la pandemia de covid-19”.
Sin embargo (siempre hay un pero o un sin embargo), la política es un arma de doble filo: “promete resolver nuestros problemas, pero también crea otros nuevos. La necesitamos, pero a menudo la detestamos; buscamos alternativas: mercados eficientes, tecnología avanzadas, lideres fuertes o íntegros capaces de cumplir con lo predican; pero sin la política son dioses falsos (…) la política es la manera que tenemos de dirimir estos inevitables desacuerdos”.
Por lo tanto, bajo esa óptica, Ansell dice que no podemos rehuir la política ni desear que desaparezca. “Nos guste o no, si queremos conseguir cosas que trasciendan nuestro entorno más inmediato estamos condenados a la política”.
El autor señala que sus argumentos y datos provienen de la economía política, la escuela de pensamiento que se ocupa de la interacción entre los individuos y la sociedad. “Si empezamos observando un modelo individual –que queremos y como planteamos conseguirlo— y ampliamos el campo de visión hasta abarcar la sociedad en general, comprobaremos que a menudo nuestros mejores planes tropiezan con … en fin con nosotros mismos”.