En Los disfraces del fascismo Baltasar Garzón realiza un recorrido por algunos casos en los que él ha estado implicado y que esconden, directa o indirectamente, distintos disfraces del fascismo: la cobardía frente a los radicales, los radicalismos intolerantes y populistas, las amenazas extremistas, los favores a los dictadores y los jueces controlados y controladores. También se adentra en otro espacio, el de la acción de las redes y medios serviles al poder al desarrollar acciones propias de regímenes autoritarios bajo el manto de la libertad de expresión.
Este libro está compuesto por siete capítulos y un epílogo, entre los que destacan: Extremistas, Los dictadores, Errores que favorecen al fascismo y La Internacional del fascismo, lo cuales —al igual que el resto de los capítulos— se pueden entender “sin pretensiones de dar una definición, desde mi experiencia y reflexiones”. A partir de ello Baltasar Garzón enuncia las características que el cree que son las esenciales del fascismo:
“De una parte, está el supremacismo, esa sensación o creencia de superioridad respecto de otros, que precisamente rompe con el concepto universal de derechos humanos. La Declaración Universal de los Derechos Humanos proclama que todos los seres humanos nacemos libres e iguales en dignidad y derechos; el fascismo, por el contrario, proclama que hay algunos seres humanos con más y mejores derechos, y otros que están en posición de inferioridad, a quienes lógicamente corresponden menos derechos o de peor calidad.
“Además, el fascismo propugna la sumisión extrema o absoluta al líder del grupo superior, reclamando una lealtad absoluta. A su vez, y como método de cohesión del grupo, el fascismo busca un enemigo externo común, al cual se le hace responsable de todos o de la mayoría de los problemas o dificultades. Para ello, primero se siembran la desconfianza y el miedo, y luego el odio hacia ese enemigo externo común, que generalmente es un grupo vulnerable.
“Cuando el fascismo accede al poder, extiende el terror en la población, tanto entre quienes considera enemigos, a los que reprime de acuerdo con el trato inferior que se merecen, como entre los propios adeptos, castigando de la peor manera posible la duda, la falta de compromiso suficiente, la disidencia y la deserción.
“El fascismo carece de consistencia en las ideas y valores que profesa, por lo que para convencer a sus partidarios se vale de la mentira y el engaño, tanto de hechos del presente como de hechos históricos (que normalmente deforma), tanto de aspectos fácticos y sociales como de aspectos puramente científicos (así, la existencia de una raza superior), lo que no deja de ser finalmente una buena noticia, porque permite desenmascararlos, siendo esta la mejor herramienta para combatirlo”.
“Cuando nos encontramos en presencia de estos elementos, podemos estar seguros de que estamos frente a un grupo, movimiento o partido político de corte fascista, por mucho que se intente vestir con diferentes disfraces, incluido el embozo de demócrata, tecnócrata, apolítico o incluso de cooperante que ayuda al necesitado […].”, escribe el abogado español Garzón quien emitió la orden de aprehensión contra Augusto Pinochet en 1998, y quien se aventuró a investigar los crímenes del franquismo, cuestión que le costó una suspensión cautelar en sus funciones como magistrado en 2010, entre otros casos de relevancia internacional.
En Los disfraces del fascismo el autor plantea que lo que hay que hacer es analizar las características de lo que está ocurriendo ahora, ya que en muchos ámbitos, específicamente en el judicial, se perciben cada vez más posiciones sumamente autoritarias y supremacistas.