Parece que una cosa lleva a la otra. Todo empieza con un ser inteligente con la capacidad de desarrollar su propia tecnología, busca ser más eficaz y eficiente, lo que lo lleva a desarrollar paulatinamente a un clon suyo, hasta que logra crear una inteligencia igual de inteligente que él mismo, hasta que se da la singularidad y el alumno supera al maestro.
Si las cosas siguen como van, nosotros alcanzaremos esa singularidad en los próximos 50 años y ¿luego qué? Dos especies, con al menos, el mismo nivel de inteligencia coexistiendo en un solo lugar, no será fácil de solventar. Por eso es que Stephen Hawking nos advirtió sobre la posibilidad de que perdamos el control de nuestra creación inteligente.
A este ritmo parece que estamos desarrollando todas las piezas para lograr una transición sin contratiempos. Por un lado, la tecnología de inteligencia artificial está avanzando en las capacidades cognitivas de las máquinas; y por el otro, el nuevo hype visible, es el de los metaversos, todo mundo quiere crear el suyo. Es como cuando comenzaron a salir Apps, todo emprendedor que se preciaba de serlo, intentó crear su aplicación para volverse millonario.
Si reunimos esas dos piezas clave y metemos a la inteligencia artificial omnipresente, omnisciente y omnipotente, dentro de un metaverso, podemos tener todo lo que el humano siempre ha deseado. La capacidad de crear un mundo propio, habitado por una tecnología que sirva a sus intereses, mejor de lo que él nunca podría hacerlo. Al menos dentro de ese espacio de realidad virtual.
¿Será que, en el inicio de los tiempos, Adán y Eva no fueron más que unos seres creados artificialmente por una inteligencia superior a la nuestra a la que llamamos Dios? ¿Y que este mundo en el que vivimos es un metaverso, dentro de otro metaverso, dentro de otro y así sucesivamente? Si es así, ya estamos cerca de expulsar a nuestro Adán y a nuestra Eva de este “Olimpo” para guiarlos a su propio metaverso.