En el caso de México lo sabemos bien, pues entre 1995 y 2024 el sector manufacturero, que por naturaleza está orientado a la exportación, es responsable del 30% del crecimiento económico que ha experimentado el país. A la par, hemos sido testigos del florecimiento de una cultura global y de la modernización de nuestras ciudades a lo largo y ancho del país, desde Querétaro hasta Monterrey.
Esa realidad es la que ayer llegó a un punto de inflexión cuando Estados Unidos anunció la imposición de aranceles generalizados a 185 países y territorios, aliados y rivales por igual. Es cierto que hubo una saña especial hacia el continente asiático, de donde proviene el 42% de las importaciones estadounidenses y que ahora enfrentará tarifas tan altas como de 54% en el caso de China, 46% en el caso de Vietnam o 32% para Taiwán; pero también la Unión Europea, desde donde Estados Unidos realizó el 18% de sus importaciones en 2024, será grabada con aranceles del 20%.
Nadie había enfrentado esta magnitud de condiciones en el pasado reciente. Para ponerlo en contexto, el arancel promedio que estará vigente en Estados Unidos durante 2025 se estima en 22.0%, una cifra casi 10 veces mayor que el 2.5% de 2024. Para encontrar otro momento de la historia en el que se pagó tal nivel de tarifas hay que remontarnos a 1910, cuando empezaba la Revolución Mexicana y la mayor parte de las mercancías se movían a través de barcos de vapor. Sobra decir que, para muchos historiadores económicos, ese contexto desembocó en tragedias que van desde periodos de inflación elevada hasta la mismísima Gran Depresión de los años 30.
Hoy ya se revisan considerablemente al alza las estimaciones de inflación, que en vez de cerrar el año debajo de 3.0% como espera la Reserva Federal, lo haría en niveles cercanos a 4.0%, y a la baja las de crecimiento, con una probabilidad de recesión que ya supera el 50% de acuerdo con las lecturas del mercado. Estados Unidos pasará por momentos muy complicados en el corto plazo y esto en sí mismo es un imprevisto mayúsculo que viene a partir el horizonte económico que estaba planteado, pues tan solo en octubre el Fondo Monetario Internacional proyectaba un alza de su PIB de 2.7% que emocionaba a muchos.
Además, es importante recalcar que Estados Unidos es el principal importador del mundo al realizar compras anuales por $3.3 billones de dólares, por lo que sería ingenuo pensar que la imposición de aranceles no tendrá un impacto adverso en la actividad económica de la mayoría de los países. Difícil imaginar alternativas de corto plazo, pues los países que le siguen no lo hacen muy de cerca: China importa alrededor de $2.6 billones de dólares al año y Alemania $1.3 billones.
No nos confundamos, la globalización seguirá y el comercio encontrará la forma de adaptarse eventualmente, pero lo hará tras un trago amargo y costosísimo para la economía mundial. Más aún, el equilibrio resultante será uno en el que Estados Unidos esté menos presente y, por el contrario, favorecerá la integración entre regiones que ahora suelen colaborar con fricciones, justo como Europa y China,lo que acelerará la transición de la hegemonía.
Aunque México no fue una víctima directa del “Día de la liberación”, es importante recordar que ya estamos sujetos a aranceles de 25% en varios frentes incluyendo a las industrias del acero, del aluminio y la joya de la corona, que es la industria automotriz. Nuestro país sí resentirá un efecto neto negativo de la dinámica que está transcurriendo y, como están las cosas ahora, es probable que el crecimiento económico alcance una tasa de entre 0.0% y 0.5% en todo el año.
Detrás de ello, es importante considerar que, conforme a las señales del indicador IMEF y otras variables, en la actualidad México se encuentra al borde de un escenario recesivo, pero el anuncio de los aranceles podría dar un impulso en el corto plazo a ciertas exportaciones agropecuarias y manufactureras que han vivido momentos difíciles y podrían aumentar su cuota de participación en Estados Unidos ante el encarecimiento de los productos asiáticos. Haremos leña del árbol caído.
Más allá de ello, sin embargo, sería poco prudente echar las campanas al vuelo, pues el potencial declive económico en Estados Unidos tendría un arrastre pesado sobre nuestro país y, además, las amenazas de Trump sobre los aranceles a México no se han desactivado del todo. La incertidumbre global es tan alta que hay muy pocas esperanzas de que la inversión privada se reactive: ¿qué empresa se animará a arrancar la construcción de una planta manufacturera que puede tardar 4 o 5 años si no hay garantía de que el próximo mes no se decrete un nuevo ultimátum a las exportaciones mexicanas?
Antes de estar saboreándonos la resurrección nearshoring en esta temporada de Pascua, sería oportuno pensar que México tiene tareas pendientes para convertirse en un mercado atractivo por méritos propios.
Ahí están los retos de la desigualdad, el auge del crimen organizado y el rezago educativo que erosionan nuestra competitividad y que hoy más que nunca deberían de ser atendidos como asuntos de seguridad nacional, así como Estados Unidos justifica la imposición de sus tarifas. Bien dijo Benedtti que cuando pensábamos que teníamos todas las respuestas de pronto nos cambiaron todas las preguntas, llegó el momento de plantearnos muchas de ellas.