Las estadísticas demuestran que hay una diferencia en cuanto al salario de un hombre y una mujer en una posición similar. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), desde 2017 y hasta antes del inicio de la pandemia por covid-19, la brecha salarial promedio fue del 15%. Es decir, por cada 100 pesos que ganaban los hombres mensualmente, las mujeres percibían solo 85 pesos. Esto no es nuevo, se remonta al 8 de marzo de 1875 en Estados Unidos.
Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), cientos de trabajadoras textiles conocidas como garment workers de una fábrica en Nueva York se manifestaron en busca de la igualdad salarial respecto a los hombres, además de una mejora en sus condiciones laborales. En esta manifestación 120 trabajadoras fueron asesinadas a manos de la policía, situación que dos años después fue fundamental para crear el primer sindicato femenino de la historia.
Después, en 1908, cerca de 15 mil mujeres trabajadoras salieron a las calles de Nueva York bajo el lema de “Pan y Rosas”, manifestándose contra las jornadas interminables, las condiciones inhumanas y los penosos salarios. Tres años después llegaría el suceso que marcaría definitivamente el movimiento feminista: el 25 de marzo de 1911 sucedió el desastre industrial con más víctimas mortales de la ciudad de Nueva York (catalogado así por la Organización Internacional del Trabajo). 146 mujeres murieron en un incendio en la fábrica textil Triangle Shirtwaist a causa de derrumbes, quemaduras e intoxicación por humo.
Las muertes se dieron debido a que los propietarios de la fábrica sellaron las salidas del edificio. Estas muertes no fueron en vano, provocaron importantes cambios en la legislación laboral, además del nacimiento del Sindicato Internacional de Mujeres Trabajadoras Textiles.
En la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas de Copenhague en 1920, Clara Zetkin lanzó la propuesta, aprobada por unanimidad, de conmemorar el Día Internacional de la Mujer en el mes de marzo con el objetivo de lograr el voto para la mujer. Pero fue 55 años después cuando la ONU hizo oficial el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer, día que tiene que ver con el trabajo, el ingreso desigual y la independencia económica.
CAMBIO DE PARADIGMA
Después de casi 150 años, poco a poco las mujeres hemos ido ganando terreno en el campo laboral, escalando posiciones hasta que actualmente representamos el 40% de la fuerza de trabajo, por lo menos en México; esto no significa que esté asumido el hecho de que las mujeres queramos ser el principal proveedor de nuestros hogares y ser “jefes” de familia sin dependencia emocional del sexo opuesto.
Nuestra participación laboral es un avance porque, aún en esta época, muchas mujeres están atadas a la idea de conseguir una pareja que provea económicamente de una vida mejor; “que nos saque de trabajar”, incluso si se cuenta con un trabajo estable. ¿Por qué sucede esto? ¿Por qué pensar que el desempeño está en la casa, con los hijos, realizando otras actividades que no incluyen tomar decisiones empresariales, emprender negocios, ser líderes, ganar dinero?
Las respuestas están en nuestra cultura. Muchas mujeres no desean trabajar porque piensan que es “obligación” del hombre mantenerlas, porque si sucede una desavenencia conyugal, se puede sobreponer el dinero por encima de la parte emocional. Incluso soportar diferentes eventos como infidelidad o maltrato sobre el dinero o la comodidad de una vida, situación que tiene dos polos: es socialmente aceptado o juzgado.
Cuando una mujer decide no sobreponer las situaciones emocionales sobre los ingresos y sale a trabajar se convierte en la “mamá luchona” que, en la mayoría de los casos, no incluyó en sus planes estudiar, trabajar, buscar sustento o emprender. ¿Por qué no lo hacemos desde el principio? ¿Por qué no pensamos en esta igualdad desde que somos niñas? Es posible que sea por herencia cultural: no vimos el ejemplo en nuestra familia, o tal vez porque en la parte educativa solamente se transmitió el mensaje de que la mujer que quiere estudiar, trabajar o emprender no está realizándose en su esencia: ser madre. Nada más erróneo porque trabajar y lograr la independencia económica (o marcar el camino para lograrla) es un complemento importante.
SER EJEMPLO
¿Qué tenemos que hacer para cambiar los paradigmas? La respuesta es sencilla y a la vez compleja porque implica un cambio desde adentro; no necesitamos esperar a que haya un problema para tener que trabajar; debemos entender que la independencia económica nos da la libertad de decidir qué hacer, dónde estar y nos abre posibilidades para escoger forma de vida, pareja, incluso pagar por cosas para enfocarnos en nuestro crecimiento.
Entrar en el mundo laboral, crecer, aprender, ser líder o emprender es difícil, exige tiempo, tomar riesgos, además de entrega y trabajo constante, y eso es para cualquier persona, sin distinción de sexo, color, religión. Entonces, ¿por qué pensamos que por ser mujeres somos diferentes en este sentido?
Para cambiar el paradigma un gran comienzo es la motivación emocional, social y laboral. El IMEF ha realizado un acuerdo para promover la cultura de independencia económica a través del ejemplo de sus asociadas, financieras, cabezas de equipos de alto rendimiento, así como de líderes de sus comunidades en diferentes ámbitos y tareas empresariales.
El acuerdo incluye varios puntos que motivan a poner bajo el reflector a las mujeres exitosas e independientes económicamente para que puedan ser ejemplo de que es posible erradicar la dependencia económica con la premisa de que la independencia monetaria nos da el poder de decidir. Empecemos por dar ejemplo en nuestros círculos.