Mi generación creció en un mundo dividido en tres: Occidente capitalista liderado por Estados Unidos, el bloque comunista con la URSS al frente y los países no alineados. Pero entre 1989 y 1991, con la caída del Muro de Berlín, el mundo cambió, incluso se habló del fin de la historia, que no fue así, sino un reacomodo de los jugadores en el que la ideología dio paso al mercado.
En los años 80, comercialmente, Occidente mostraba tres jugadores: Estados Unidos, Europa y Japón. El grueso del comercio era entre ellos. La relación con el llamado entonces tercer mundo fue para venderle bienes industriales, comprarles materias primas y aprovechar su mano de obra barata.
Mientras América era para los americanos, Canadá se colocaba como el principal socio de Estados Unidos, México –ya en proceso de apertura comercial– aprovechaba al vecino del norte, en tanto que Europa se abastecía de África y Europa del Este, incluyendo las exrepúblicas soviéticas.
Japón se presentaba como líder y disruptor tecnológico, mientras los tigres asiáticos ya mostraban los beneficios de adoptar un régimen exportador.
El sentimiento de triunfo era tan embriagador que el Departamento de Estado, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial redactaron 10 mandamientos para liberar, desregular y privatizar.
En ese contexto, México se sumó al Consenso de Washington con el entusiasmo de los conversos y negoció su integración al acuerdo de libre comercio que ya tenían Estados Unidos y Canadá.
La ruta de la época era clara: da las seguridades que haya que dar para engancharte a alguna de las locomotoras comerciales y que el resto de tu economía se alinee al sector exportador.
AÑO 2000. LA APUESTA PARECE PAGAR
México, Mena (Medio Oriente y Norte de África) y China no sólo crecen, sino que multiplican su comercio con sus principales socios en 360, 350 y 240%, respectivamente.
La clave parece ser abocarse al comercio internacional y atraer inversión.
No tanto seguir los mandamientos de Washington, que el propio Washington no sigue. Y cuando se siguen, cuando se libera, desregula y privatiza por dogma, ocurren crisis, especulación y saqueos que quiebran económica, social y políticamente a multitud de países.
Pasados algunos sustos, México redobla la apuesta general al negociar acuerdos con la Unión Europea, Japón y otros países.
20 AÑOS DESPUÉS LOS TIGRES YA NOS SON TIGRES Y EL SUR GLOBAL DESPLAZA A OCCIDENTE
En 2020 China no sólo desplaza a Japón en Asia, sino también a Estados Unidos a nivel mundial. Se vuelve el principal socio comercial de la mayoría de los países del mundo, incluso de la Unión Europea. África Subsahariana, Australia y Brasil caen redondos en la órbita china.
China y sus socios, no nada más tienen las materias primas y la capacidad manufacturera, como se esperaba, también tienen a los mercados, la ventaja tecnológica y el financiamiento.
El ahorro interno resulta clave para financiar la inversión. China por años mantiene una tasa de ahorro cercana al 50% mientras que la Estados Unidos del 15%. En el 2009, China rebasa a Estados Unidos en el monto de ahorro interno, a pesar de tener una economía mucho menor.
El Sur Global se vuelve comercialmente más relevante que Occidente. Pero hay tensiones. Estados Unidos lleva tiempo tratando de frenar a China. A golpe de sanciones construye una fortaleza comercial para defenderse de China, pero de la que Canadá y Europa seguido quedan fuera. México normalmente queda dentro y durante la administración Donald Trump se vuelve el principal socio comercial de Estados Unidos.
Si queremos estar en las cadenas de suministro emergentes, el gobierno tiene mucho por hacer para construir una normatividad comercial robusta, pero lo definitorio será desarrollar ese entendimiento y relaciones personales con quienes toman las decisiones de negocio.
La verdadera oportunidad histórica de México no es la de sacar provecho de las tensiones comerciales de corto plazo, sino posicionamos como un facilitador en las nuevas cadenas que cruzan Occidente y el Sur Global.
Y MÉXICO, AUNQUE NO QUIERAN…
Mientras el mundo iba cambiando, México desarrolló su capacidad manufacturera, recibió transferencias tecnológicas pero, sobre todo, recibió a miles de empresas americanas, que ya instaladas en nuestro país cabildean para que se nos considere de casa.
Así, se empieza a hablar del Nearshoring, algo intermedio entre el Offshoring que es producir en Asia y el Reshoring total que es llevar de vuelta la producción a Estados Unidos. El Nearshoring es claramente una oportunidad para México.
Sí, debemos sacar provecho de un pleito entre terceros, siempre que no perdamos de vista que nuestra prioridad debe ser estar presentes en las grandes cadenas de suministro, estén donde estén. Algunas seguirán estando en Norteamérica y Europa, pero otras en Asia.
A partir de esta realidad veo tres tipos de esfuerzos de diversificación:
1. Los cimientos de la competitividad. Energía adecuada y suficiente que en términos prácticos significa renovable y no renovable; infraestructura física como puertos, carreteras, ferrocarril e infraestructura de datos; mano de obra certificada e internacional; digitalización no sólo de trámites de gobierno sino de transacciones en general; y ahorro interno. Estas son fortalezas que hacen la diferencia en cualquier escenario.
2. Diversificación Norte. Seguir buscando y ampliando espacios en las cadenas occidentales que atienden los mercados de Norteamérica y Europa. El Nearshoring hay que guiarlo para que juegue a favor y no en contra de la diversificación.
3. Diversificación Sur.
Es el esfuerzo más importante si queremos mantenernos relevantes en la nueva economía. Debemos asegurar el acceso a los mercados de Asia Pacífico, a las materias primas claves, a su tecnología y a su liquidez.
Así como en los 90 negociamos tratados de libre comercio con los protagonistas del momento, ahora debemos hacer lo propio con los nuevos actores clave: gestionar fricciones e incompatibilidades y blindar lo ganado.
Por ejemplo, si un producto va dirigido al mercado americano, no insertemos un eslabón propenso a sanciones que pudiera romper la cadena completa. Pero si el producto va dirigido a Asia –donde está la tecnología más avanzada, la infraestructura y la liquidez que entiende el negocio que queremos fondear–, lo más viable es hacer equipo con quienes toman decisiones sobre esa tecnología, esa infraestructura y esos fondos.
CON LAS LECCIONES APRENDIDAS
Las materias primas merecen una mención especial. Así como los hidrocarburos fueron clave para la economía del Siglo XX y tuvieron implicaciones geopolíticas gigantescas, los minerales para la transición energética y la electromovilidad se han convertido en el cuello de botella más importante de las nuevas cadenas de suministro. Estamos hablando de tierras raras de China, níquel de Indonesia, manganeso de Sudáfrica, cobalto de Congo, litio de Bolivia, por nombrar algunos.
¿Qué sigue? El siguiente paso no es meternos a Ali Baba y buscar proveedores, clientes o socios. Los lazos económicos no se tienden en el vacío.
Se dan en un ambiente de entendimiento, reputación y compromiso.
Me viene a la mente un caso: una vez vendimos un embarque de varilla a Medio Oriente. El producto es el más sencillo posible, el cliente solvente con buena reputación y su modelo de negocio más que viable. Entregamos el material y nos reclamó que llegó oxidado.
En la experiencia del cliente, el material que compran localmente tiene un par de días de haber salido del molino. El material oxidado no lo conocen y cuando lo han visto es porque ha sido rechazado por alguien más.
Sin embargo, todo acero sin recubrir transportado vía marítima se oxida. No se recubre porque el óxido es irrelevante para su funcionalidad.
¿Qué hicimos? Hablamos, explicamos, negociamos. Dimos seguridades que nunca habíamos dado. Lo ideal hubiera sido entender su realidad y que entendieran la nuestra para alinear expectativas.
Entonces, si queremos estar en las cadenas de suministro emergentes, el gobierno tiene mucho por hacer para construir una normatividad comercial robusta, pero lo definitorio será desarrollar ese entendimiento y relaciones personales con quienes toman las decisiones de negocio.
Esto inicia, creo yo, por asumirnos como integrantes del Sur Global. Nada más poderoso que compartir identidad con alguien. No implica salirnos de Occidente, porque nunca hemos sido considerados como tal. Hay quien medio en broma dice que Latinoamérica es el Far West, literalmente lejano occidente, pero con las connotaciones del Viejo Oeste que conocemos de las películas.
Yo creo que nos conviene más ser el Cercano Sur. Ser ese puente con un historial de desempeño con Occidente que nos permite entender su cultura, su toma de decisiones y sus prácticas comerciales.
Hoy por hoy no estamos ahí. En general, no conocemos ni entendemos a los protagonistas del Sur Global. Así como distinguimos a Nueva York de Florida, a Texas de California, así como estamos al tanto de sus artistas, deportistas y políticos, así tenemos que distinguir Hebei de Guangdong, Qatar de Abu Dabi, Vietnam de la de Tailandia. Tenemos que ir a sus ferias, conocer su historia, hablar sus idiomas.
Se oye como mucho trabajo porque es mucho trabajo. Lo bueno es que es mucho trabajo para todos, más para los que desde su arrogancia piensan y actúan como si el mundo fuera el de hace 20 años.
La verdadera oportunidad histórica de México no es la de sacar provecho de las tensiones comerciales de corto plazo sino posicionamos como un facilitador en las nuevas cadenas que cruzan Occidente y el Sur Global.
Vamos tarde. De lo que hagamos en los siguientes 5 años dependerá el tipo de carrera profesional que tendrán nuestros y nuestras jóvenes profesionistas y la calidad de vida de la siguiente generación.
*Embajador de México ante la República Federal de Alemania. Ex subsecretario de Minería, licenciado en Economía por la Universidad Autónoma de Nuevo León, maestría en Economía Internacional y Desarrollo por la Universidad de Yale. Maestría en Ciencias en Investigación de Operación por la Universidad de Auckland.
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