Una vez pasada la crisis financiera de 2008-2009, China consiguió recuperarse rápidamente y seguir posicionándose como proveedor de México y del resto de los países. Fue en este contexto que China superó a la Unión Europea como región de origen de las importaciones mexicanas, ya con casi 14% del mercado mexicano, mientras que EE. UU. seguía perdiendo terreno y ya estaba por debajo del 50%. Entre 2003 y 2022 China también le vendió a EUA en mayor proporción que México.
Con la llegada de Trump a la presidencia de EE. UU., a pesar de los aranceles que le impuso a China, el país asiático mantuvo su participación como proveedor de México, sin aumentar pero tampoco sin retroceder. Esto detonó la conversación sobre el origen de los componentes de los productos que se comercian en Norteamérica, puesto que los aranceles estadounidenses impuestos a mercancías e insumos chinos tuvieron un efecto diferenciado en México y en Estados Unidos.
Las acciones que comenzó a instrumentar EE. UU. a partir de 2016 para frenar la presencia china en su mercado interno tuvieron impacto. Al considerar que China tenía prácticas comerciales desleales y que representaba un riesgo para su seguridad nacional porque vulneraba patentes, derechos de propiedad intelectual, derechos humanos y derechos laborales, EE. UU. impuso una serie de aranceles a productos chinos a partir de 2018, así como restricciones a la inversión china en sectores estratégicos como tecnología y telecomunicaciones. Con ello, dio inicio a una regionalización del comercio, en oposición a la globalización de principios de siglo.
A pesar de la regionalización de Norteamérica –y de las sanciones, tarifas y conflictos comerciales entre EUA y China, de la firma del Tratado de México, EE. UU. y Canadá (T-MEC), del reshoring y del nearshoring–
China no dejó de ganar posiciones en las importaciones mexicanas, pero sí de las estadounidenses, y en 2020, a partir de la pandemia de Covid-19, China remontó con mayor dinamismo en México, mientras que EE. UU. seguía perdiendo share en este mercado.
La pandemia tuvo entre sus consecuencias más inmediatas, la disrupción de las cadenas de suministro de bienes y mercancías en todo el mundo, evidenciando la importancia de tener la producción cerca del consumidor final, pero también de fortalecer el suministro de bienes intermedios para la producción.
Como resultado de la entrada en vigor del TMEC en julio 2020, de los estímulos fiscales del gobierno de EE. UU. a empresas en Norteamérica –Chips Act e Inflation Reduction Act– como parte de la reactivación económica pospandemia, y de la necesidad de acercar la producción de bienes hacia América del Norte, México consolidó su posición como principal país de origen de las importaciones de EE. UU. desde 2023, superando a Canadá porque ambos países comercian cosas distintas y complementarias con Estados Unidos, y a China por restricciones comerciales.
En resumen,
las acciones de EE. UU. para restringir la presencia de China en ese país en el contexto pospandemia resultaron en la aceleración de la relocalización de plantas a México. Actualmente, EE. UU. es origen de apenas un poco más de un tercio de las importaciones mexicanas a pesar de la vecindad e integración comercial, mientras que China alcanza ya el 20%. Es decir, con todo y los esfuerzos de EE. UU. por balancear su relación comercial con China, reducir el déficit y contener la transferencia de tecnología al gigante asiático, disminuyó su proveeduría hacia México a la mitad y China multiplicó por 10 su participación en las importaciones mexicanas.
Y, ENTONCES ¿QUÉ POSTURA DEBE ASUMIR MÉXICO FRENTE A LA GRAN DEPENDENCIA DE LAS IMPORTACIONES DE CHINA?
China es la segunda potencia mundial. Es un exportador neto de mercancías, pero no de
energéticos ni de cereales, así que su dependencia del exterior no es menor. Con su demanda interna creciendo y un mundo cada vez más regionalizado, China está haciendo sus propios cálculos comerciales, no solo con México, sino con toda Norteamérica. Por ejemplo, China es el segundo destino de la canola que Canadá vende al mundo, y la principal proveeduría de canola de China es Canadá. Por lo tanto, China tiene un poder de negociación distinto con cada uno de los países que integran la región.
Considerando lo anterior,
la unión hace la fuerza, y el TMEC tiene el potencial de unir a México y a Canadá en una negociación comercial frente a EE. UU. como ha mencionado Luis de la Calle, pero también frente a China.
México no puede renunciar de tajo a la inversión asiática, ni a la proveeduría china porque no está en su mejor interés. Ha habido anuncios de inversión de empresas chinas en México, como la instalación de una armadora de BYD, pero en 2023 la inversión extranjera directa proveniente de China registró números negativos ante la Secretaría de Economía. Además, el déficit comercial que México tiene con China tampoco puede revertirse de un plumazo.
Norteamérica tiene un TMEC y los tres países que lo integran se rigen por los principios de la Organización Mundial del Comercio, por los cuales no puede haber trato discriminatorio frente a empresas de países miembros, incluyendo a China. México, Canadá y EE. UU. no pueden repudiar la inversión china por su nacionalidad, pero sí pueden monitorear que las inversiones por sector respondan a una política industrial nacional y regional, donde cada país determine qué sectores estratégicos busca promover y se le exija a quien invierta que respete los principios de derecho ambiental y derecho laboral establecidos en el TMEC y en otros compromisos internacionales adquiridos por México.
México es parte de una región que ha visto crecer entre 18 y 30% el PIB per cápita en los últimos 30 años como resultado de la integración comercial. Pero para que haya
prosperidad compartida, la economista Mariana Mazzucato dice que primero debe haber prosperidad que podamos compartir. México necesita acordar con EE. UU. y Canadá los términos de un bloque norteamericano, que permita contener prácticas desleales de comercio e inversión de terceros países. Para ello, México requiere garantías de que habrá esfuerzos compartidos para seguir profundizando la integración en América del Norte.
Kenneth Smith y Juan Carlos Baker, exnegociadores del TMEC por parte de México, han dicho en diversos espacios que eso implica discutir temas incómodos como retirar medidas proteccionistas por parte de EE. UU. al sector agrícola mexicano y otros remedios comerciales, e implementar correctamente el tratado. También cumplir con sanciones una vez que los mecanismos del TMEC hayan fallado, así como avanzar en temas como movilidad laboral, políticas de equidad de género y garantizar fondos regionales para desarrollar el sur y sureste de México, entre otros temas.
Así como las medidas de EE. UU. frente a China han tenido un impacto en México,
es importante dialogar y asegurar que la manufactura mexicana pueda beneficiarse de los subsidios que estableció la administración Biden en sus programas de política industrial, a través de leyes como el Inflation Reduction Act y el Chips Act. A cambio, México deberá mejorar la protección a propiedad intelectual y la seguridad de la información, por ejemplo.
La postura de México debe priorizar el mejor interés del país como parte de una América del Norte plenamente integrada, y no como una solicitud de terceros países. Para que esto funcione, México debe poder cumplir con sus compromisos dentro del TMEC, entre otros temas, garantizando la autonomía e independencia de los tribunales locales, la existencia de reguladores eficaces e imparciales y un Estado de Derecho robusto. En este aspecto estamos quedando a deber.