En diciembre de 1994, después de una casi increíble cadena de choques externos e internos, de índole tanto económica como política, dio inicio lo que se convertiría en una de las más agudas y peligrosas crisis en la historia económica de México. Tuve la oportunidad de presenciar muy de cerca la evolución de la crisis, ya que empecé a trabajar en el Fondo Monetario Internacional (FMI) como representante de México el 1 de noviembre de 1994.
Existe una abundante literatura sobre la crisis. Sin embargo, esta tiene una cara que es menos conocida, e inclusive totalmente desconocida para el público en algunos de sus aspectos: lo que sucedió al interior del FMI en los días previos y durante los meses que siguieron al estallido de la crisis, el grado en que las lecciones aprendidas de este episodio han sido de utilidad para sucesos posteriores y las áreas en las que, a pesar de la experiencia de México en los noventa y de las numerosas crisis que después de esta han impactado a la economía mundial, los esfuerzos son todavía insuficientes.
La magnitud y rapidez con la que evolucionó la crisis mexicana requirieron, además de un gran esfuerzo de política económica, de la conformación de un enorme paquete de financiamiento externo integrado fundamentalmente con recursos de los Estados Unidos y del Fondo Monetario Internacional.
En el caso del FMI, tanto el monto de los recursos comprometidos como el proceso correspondiente sentaron varios precedentes:
• El respaldo financiero otorgado a México fue por mucho el más elevado en la historia de la Institución hasta ese entonces;
• La gravedad de las condiciones enfrentadas y la necesidad de suplir fuentes alternativas de financiamiento, requirieron la notificación con apenas unas horas de anticipación al Directorio Ejecutivo del FMI, acostumbrado a operar bajo reglas rígidas, de que el monto del crédito a México que se sometería a su consideración sería de alrededor de 17.8 miles de millones de dólares, más del doble del que se les había propuesto apenas unos días antes, y de que la cantidad originalmente considerada sería puesta a disposición de México, en su totalidad, el mismo día de la aprobación del acuerdo; y
• Por una variedad de razones, 5 de las 24 “sillas” que en ese momento integraban el Directorio del FMI decidieron abstenerse durante la votación, algo nunca visto en un organismo en el que las decisiones normalmente se toman por consenso.
No obstante la relativamente rápida superación de la crisis, las disputas dentro de la institución por el programa de apoyo a México, encabezadas por un grupo de países europeos, se extendieron cerca de dos años y medio. Stanley Fischer, en ese entonces Primer Subdirector Gerente del FMI, inclusive lamentó, durante una reunión del Directorio, que este contexto dominado por recriminaciones hubiera impedido que las discusiones sobre la crisis mexicana fueran más productivas. A lo anterior habría que añadir los costos que esta situación contribuyó a generar.
El Fondo Monetario Internacional tiene entre sus principales funciones la supervisión (
surveillance es la expresión en inglés) de la economía mundial. En parte, esta tarea se lleva a cabo a través del seguimiento de las economías de cada uno de los países miembros. De esta forma, al iniciarse la crisis uno de los principales cuestionamientos era ¿por qué el FMI no advirtió de los problemas que se estaban gestando en la economía mexicana?
Es frecuente que, en circunstancias como estas, las distintas partes involucradas, en mayor o en menor medida, tiendan a buscar una explicación lo más alejada posible de su área de responsabilidad. En el caso de la crisis mexicana de los 90, uno de los argumentos más socorridos fue una falta de transparencia de las autoridades y el deficiente o inexistente suministro de estadísticas clave.
Esta visión tuvo una gran resonancia internacional, no obstante que altos funcionarios de los Estados Unidos, que habían seguido de cerca la evolución de la economía en 1994 y que habían comprometido recursos en México durante los meses previos al inicio de la crisis, insistieron por distintas vías que, si bien la situación de transparencia tenía amplios márgenes de mejora, el acceso a la información más importante era adecuado o, en su defecto, relativamente fácil de obtener por otras vías y que, en todo caso, este argumento no brindaba una explicación satisfactoria del porqué la crisis no había sido anticipada. Este tema también se analiza con detalle en el libro
La otra cara de la moneda.