En tercer lugar, una inversión siempre es una apuesta por el futuro, y puede salir bien o puede salir mal. Recientemente se anunció que la armadora de autos eléctricos, Tesla, invertirá cerca de 10 mil millones de dólares en una mega fábrica para producir sus coches en Nuevo León, coches que utilizan una tecnología basada en las baterías de litio, que a su vez están detonando inversiones multimillonarias de otras empresas alrededor del mundo para extraer y procesar este elemento. ¿Qué pasaría si otra empresa armadora desarrollara una tecnología diferente, digamos un motor de hidrógeno, que resulta más eficiente, limpio y barato? Entonces todas esas inversiones en minas de litio, fábricas de baterías eléctricas y autos eléctricos se volverían obsoletas de la noche a la mañana sin que hubiera mucho por hacer, y se habrían convertido en una apuesta fallida. Si por alguna razón los popotes de plástico del primer ejemplo se vuelven algo sin valor o inclusive indeseables, ya sea por el cambio en las preferencias de los consumidores o por algún cambio en la regulación, entonces esa inversión se convierte en un desperdicio de recursos.
La inversión en un país es la suma de las inversiones que hacen tanto las empresas privadas como su sector público, principalmente su gobierno federal, aunque hay diferencias sustanciales. La inversión privada representa las apuestas que hacen las empresas por su visión del futuro, y si no salen bien, son pérdidas que tienen que absorber de su capital y sus inversionistas. Una empresa que haga malas inversiones de forma consistente simplemente irá a la quiebra y dejará de mal utilizar los recursos del país, lo que representa un límite concreto a las malas decisiones que pueda tomar.
La inversión pública, en cambio, se hace con dinero de todos y están respaldadas por la nación, es decir por todos sus habitantes actuales y futuros. Esto debería propiciar un mayor cuidado de los recursos y una mayor atención a las decisiones de inversión, para asegurarse que se realizan aquellos proyectos que tienen un mayor impacto económico y social para el país no sólo hoy, sino a lo largo del tiempo. Curiosa y tristemente, ocurre lo contrario con gran frecuencia, especialmente en aquellos países, como el nuestro, que no han desarrollado instituciones fuertes y bien diseñadas para cuidar y administrar bien el uso de los escasos recursos públicos, asegurándose que se utilizan de la mejor forma posible.
Una cuarta observación importante es que, en México, la inversión privada es por mucho la de mayor peso. En 2021, la inversión privada representaba el 86.8% de la inversión total al 2021, mientras que la inversión pública era el 13.2% restante. Ahora bien, esto no quiere decir que la inversión pública es poco importante. Por el contrario, la inversión pública bien realizada es fundamental para detonar la inversión privada y a su vez impulsar el total de la actividad económica. Por ejemplo, aquellas inversiones que incrementen la eficiencia del sistema judicial y fortalezcan el estado de derecho que asegura la certeza jurídica para las inversiones privadas tienen un efecto claramente multiplicador sobre la inversión y el crecimiento económico.
Cuando a nivel país se realizan las inversiones adecuadas, el resultado natural es un incremento en la capacidad productiva, es decir, un aumento en la cantidad producida de bienes y servicios que son bien valorados por la sociedad, y también en la productividad de las personas. Si esto no es así, entonces habría que poner en tela de juicio no sólo las inversiones que se están haciendo, sino la forma en que se están tomando las decisiones.
En México tenemos experiencias muy amargas, que al parecer no se han terminado de aprender, cuando se realizan malas inversiones por parte del Gobierno. En la segunda parte de la década de los 70’s, el gobierno de López Portillo decidió desarrollar la industria petrolera nacional recurriendo al endeudamiento cuando los precios del petróleo iban al alza luego del embargo árabe, creándose condiciones insostenibles que terminarían llevando al país a una profunda crisis económica.
La gráfica 2 me parece un muy elocuente llamado de atención para reflexionar sobre la inversión que se está realizando en el país, especialmente por las políticas públicas y decisiones desafortunadas que se han venido implementando en los últimos cuatro años. Aquí puede apreciarse una caída bastante dramática de la producción por cada persona ocupada, es decir, en la productividad de la economía. Es cierto que el número de personas ocupadas ha venido creciendo, pero la producción promedio que estas personas consiguen es cada vez menor, lo que resulta contrario a un mundo en el que las nuevas tecnologías permiten incrementar la productividad de las personas de forma sustancial. Lo que esta gráfica nos dice es que estamos perdiendo el futuro.
Otra consideración importante: no es lo mismo gastar que invertir. El gasto es algo que no se recupera, mientras que la inversión busca no sólo recuperar los recursos que se gastan, sino multiplicarlos. Una de las mejores inversiones que puede hacer un país es en la formación de capital humano, es decir, en la educación de la población. Cada nuevo ingeniero que egresa de una buena universidad, por ejemplo, ha adquirido habilidades y conocimientos que le permitirán participar y aportar en la producción de los bienes y servicios que requiere el país. El resultado de la inversión en capital humano es una mayor cantidad de personas que sabe hacer las cosas que requiere la sociedad y que aumentan la frontera de posibilidades de producción, es decir, la cantidad de bienes y servicios que puede producir el país.
Pero no es lo mismo invertir en educación que gastar dinero en renglones etiquetados como educación. Para el 2023 se tenían contemplados 83.6 miles de millones de pesos en los programas de becas, lo que representa una cantidad enorme de recursos sin que se tengan metas claras y comprobables de las habilidades y conocimientos que deberían estar adquiriendo sus beneficiarios. Simplemente es un programa político clientelar que reditúa votos, pero no se transforma en desarrollo económico verdadero.
Una observación final que hay que hacer en el tema de la inversión es que, como toda decisión económica, tiene un costo de oportunidad, representado por las opciones que dejamos ir y no realizamos. La realidad ineludiblemente nos alcanza, premiando las buenas decisiones de inversión y castigando las malas.
Espero que estos comentarios nos sirvan para reflexionar, como país. Tenemos que revisar la forma en que se están tomando las decisiones de inversión, especialmente por parte del sector público, porque la realidad que vemos en las cifras nos revela que no lo estamos haciendo bien y que tendremos que pagar una factura muy cara en el futuro cercano, ya que vale la pena repetir: la realidad ineludiblemente nos alcanza.