Una primera noción establece que es indeseable un déficit comercial, porque refleja una debilidad interna y el abuso de otras naciones.
La forma básica de descartar tal percepción es “cuadrar” la balanza de bienes y servicios más la de otros ingresos, conocida como cuenta corriente, con la cuenta financiera, consistente en las entradas netas de capital, dentro de la ecuación de la balanza de pagos: cuenta corriente + cuenta financiera = 0.
Según esta igualdad, si un país importa más de lo que exporta es porque tiene entradas netas de capital, y viceversa. En particular, no se puede ser un exportador neto de bienes y servicios y, a su vez, receptor neto de capitales, ya que éstos necesariamente conducen a gastar más de lo que se produce.
En general, los ahorradores mueven sus recursos de los países de bajo rendimiento a los de alto rendimiento. Por ejemplo, Estados Unidos tiene un déficit en cuenta corriente porque su economía es pujante y ofrece grandes oportunidades de inversión, lo cual difícilmente constituye un inconveniente.
En sentido contrario, si fuera recomendable tener siempre un superávit comercial, todas las naciones lo intentarían, lo cual sería imposible. Para que un país exporte más de lo que importa, otras naciones tienen que importar más de lo que exportan. La búsqueda universal de superávits sólo conduciría a la autarquía.
Una segunda idea consiste en buscar reducir un déficit comercial mediante aranceles y otros obstáculos a las importaciones provenientes de ciertos países. Sin embargo, como lo revela la ecuación de la balanza de pagos, si no se altera la entrada neta de capitales, tampoco cambia el déficit comercial total. Por lo tanto, estas barreras únicamente conducirían a la recomposición de las importaciones, en contra de estos países y a favor de otros, sin alterar el déficit en su conjunto.
Así, a partir del inicio de la guerra comercial de Estados Unidos contra China en 2018, la participación de este país en las importaciones estadounidenses se ha reducido drásticamente, mientras que las de otras naciones asiáticas, México y Canadá han aumentado. Además, el déficit comercial estadounidense ha crecido porque se ha incrementado la entrada neta de capitales.
Un tercer supuesto reside en que los aranceles son un castigo al país sobre el que se imponen. En realidad, el costo de los aranceles recae principalmente en la nación que los establece, es decir, en los consumidores, con los bienes finales, y en los productores, con los bienes intermedios.
El posible aumento de empleo propiciado por la sustitución de importaciones se obtiene a un costo elevado. Una vez consideradas esta sustitución y la recaudación de los aranceles, prevalece una pérdida neta de bienestar en el país que los impone.
De ahí que carezca de sentido económico responder a los aranceles con otros aranceles. En 1937, la célebre economista británica Joan Robinson lo expuso brillantemente: “La opinión popular de que el libre comercio está muy bien siempre que todas las naciones sean librecambistas, pero que cuando otras naciones imponen aranceles nosotros también debemos imponer aranceles, se ve refutada por el argumento de que sería igualmente sensato arrojar piedras a nuestros puertos porque otras naciones tienen costas rocosas”.
La represalia de aranceles con fines disuasivos tampoco sería muy efectiva si el país al que se responde es Estados Unidos. El presidente Trump está decidido a seguir mostrando la superioridad política y económica de esa nación, por lo que podría reaccionar con más restricciones.
Una última idea estriba en que es posible utilizar los aranceles exclusivamente como amenaza para obtener concesiones independientes del comercio, sin afectar el comercio. El presidente Trump ha pospuesto la aplicación de un arancel de 25 por ciento a México y Canadá, a condición de que estas naciones cumplan sus promesas de impedir los flujos ilegales de migración y drogas.
Tales chantajes han incrementado la incertidumbre sobre las políticas económicas de Estados Unidos y su confiabilidad como socio comercial. El TLCAN y su sucesor, el T-MEC, buscaban dar certeza sobre las reglas del juego para el comercio y la inversión entre los tres países. Es probable que la disposición a romper este acuerdo haya causado un daño irreparable a la integración económica de Norteamérica.
Ver nota original.