Cuando pienso en Inteligencia Artificial (IA) me siento como en la escena de la reciente película “Oppenheimer”, cuando el denominado “padre de la bomba atómica” se encuentra con Einstein y ocurre el siguiente diálogo:
-Cuando te llevé esos cálculos, pensamos que podríamos desencadenar una reacción en cadena que destruiría todo el mundo.
-Lo recuerdo bien. ¿Y qué?
-Creo que lo hicimos.
No soy pesimista ante la Inteligencia Artificial, al contrario, pero sí creo que como humanidad activamos una reacción en cadena. Así como la bomba atómica trajo consecuencias negativas, también dejó otras buenas en términos de energía, investigación y nivelación de fuerzas. En la IA pasa lo mismo: somos nosotros los responsables de entrenarla y balancearla.
Lo primero —y que tendría que ser lo más importante— es que los expertos en comunicación entiendan qué es y qué no es la IA y sepan, más allá de usarla, saber qué requieren de ella y puedan contribuir a la difusión veraz y oportuna de la misma.
Por poner un ejemplo, en 2029 un estudio de Digital Frontiers indicó que el 62% de la población consultada desconoce qué es la IA. En concreto, el 60% de los encuestados cree que es un robot.
La IA hace referencia a sistemas informáticos que buscan emular las capacidades del ser humano; sin embargo, van más allá, sobre todo en las tareas de procesamiento y análisis de datos. Por ello, la IA no viene a reemplazar a las carreras y áreas de comunicación, sino a facilitar las tareas de procesamiento para que se enfoquen en las de análisis. Aquí algunas de las tareas que actualmente se pueden realizar a través de aplicaciones de IA:
Agilizar la recopilación de información (identificación de datos, material y conexiones relevantes), verificación de noticias, etiquetado automático de notas, archivo automático, convertibilidad de texto escrito a voz natural, así como análisis y sugerencia de tendencias, temas relevantes y ángulos interesantes para explorar.
También investigación y reporteo (por ejemplo, que busque información o resalte un texto o tome notas), optimización de titulares, desarrollo de estrategias de contenido sugiriendo tipos de artículos, generación de introducciones y sumarios (puede crear introducciones atractivas y resúmenes concisos e incluso posts para redes sociales), mantener estilo y tono consistentes para mantener coherencia en los artículos (lo que es especialmente útil en publicaciones con múltiples redactores).
Además, edición y revisión automatizada de textos, pues puede realizar tareas de edición inicial, como detectar errores gramaticales y de ortografía; incluso segmentación de audiencias, drones para reporteo en zonas de guerra y chequeo de datos en tiempo real, como contabilizar usuarios en manifestaciones.
Ahora, el reto es que el comunicador tiene que ser más inteligente que la inteligencia artificial.
La IA nos arrojará lo que le preguntemos y el resultado dependerá de que el humano sepa preguntar, porque lo más difícil en temas de análisis es saber que se quiere encontrar. Por lo mismo, estas son las tareas en la que se tienen que enfocar los comunicólogos:
1. Entrenar a la IA, desde hechos muy concretos Por ejemplo, no subir contenido ofensivo o falso a las redes sociales o denunciarlo.
2. Aprender a programar aplicativos y, sobre todo, saber pedir lo que se requiere.
3. Entender muy bien que es la IA y ser parte de la comunicación, no de la desinformación.
4. Ser capaces de discernir la información, explicar lo que quiso decir la IA.
5. Seguir manejando las narrativas. Contar historias es parte de la humanidad, por lo tanto, debe continuar así.
6. Tener claro que nuestro trabajo será de profundidad, análisis y sobre todo ética.
Estamos en un momento histórico, somos los responsables de crear y entrenar a la Inteligencia Artificial. ¿Estamos preparados?