China ha logrado esto pese a no tener muchos de los atributos que los economistas consideran esenciales para el crecimiento, como un sistema financiero en buen funcionamiento, un marco institucional sólido, una economía de mercado y un sistema de gobierno abierto y democrático. Antes de que la pandemia de Covid-19 le asestará un fatídico golpe, la economía china supo salir al parecer ilesa de períodos de turbulencia interna y mundial.
Ahora, al entrar al cuarto año desde que se declaró la pandemia de Covid-19 que generó los cambios globales por todos conocidos, hacer pronósticos sobre las perspectivas de crecimiento de China es complicado porque la fuerza laboral de China, es decir la población en la franja de edad de 15 a 64 años, está contrayéndose, y se prevé que para 2030 disminuya aproximadamente un 1% cada año.
Un mayor crecimiento de la inversión podría llenar parte de ese vacío, pero a cambio de muchos riesgos, entre los que se encuentra la deuda global de China que ha sido una gran preocupación desde hace muchos años, ya que con el tiempo ha aumentado con relación al tamaño de la economía.
Si bien los niveles de deuda bruta no desentonan con los de otras economías de importancia, como Estados Unidos y Japón y el endeudamiento público como porcentaje del PIB nominal es menor en China que en otras de las principales economías, la deuda empresarial en China se sitúa en un nivel elevado de alrededor de 131% del PIB.
De esa deuda, la mayor parte está denominada en la propia moneda del país y está en poder de bancos e inversionistas internos, lo que implica una menor amenaza que si los acreedores fueran inversionistas extranjeros y si la deuda estuviera denominada en divisas como el dólar de Estados Unidos.
No obstante, hay sectores específicos en los que la concentración de deuda podría ser problemática, como el sector inmobiliario. Los funcionarios de gobiernos locales están ansiosos por vender terrenos a las empresas de desarrollo inmobiliario para reforzar los ingresos fiscales y posibilitar diversos gastos públicos. De modo que una caída de los precios inmobiliarios —o el surgimiento de otros factores que frenen la actividad inmobiliaria— podría repercutir en los demás sectores, en las finanzas de los gobiernos locales e incluso en el patrimonio de los hogares.
En cuanto al endeudamiento externo, sobre todo en moneda extranjera, que puede causar problemas en los balances cuando la economía y el tipo de cambio de un país se deterioran de forma simultánea, se estima que en China equivale a un modesto 16% del PIB, y menos de la mitad está denominada en divisas.
Aun así, la incertidumbre económica y política ha generado inquietudes acerca de la fuga de capitales, que podría derrumbar el sistema financiero y provocar un desplome del valor de la moneda. Pero este escenario es poco probable, porque buena parte del sistema financiero está en poder del Estado y es de esperar que el gobierno garantice todos los depósitos en el caso de un pánico financiero. Además, al controlar directamente gran parte del sistema bancario, el gobierno puede cerrar los canales por los que se producirían las grandes salidas de capitales.
Otro de los riesgos que acecha a China es el desequilibrio en las reformas que ha hecho el Estado. En años recientes se han llevado a cabo reformas, pero muchas de ellas se enfocaron en el sector financiero y los mercados de capital, y muy pocas en ámbitos como las empresas estatales y el marco institucional.
Conciliar los dos impulsos contradictorios del gobierno —más libertad para los mercados, pero con una fuerte dosis de intervención del gobierno para preservar “la estabilidad y el orden”— es una tarea que plantea grandes problemas. Ejecutar reformas incluso bien concebidas en una economía plagada de ineficiencias conlleva riesgos de transición que podrían manifestarse en forma de volatilidad financiera y económica, sobre todo si el gobierno no comunica con claridad sus intenciones en materia de políticas y deja a hogares y empresas en una nebulosa.
Hasta ahora, el gobierno ha contado con suficientes recursos y margen para aplicar políticas que permiten afrontar los riesgos de transición, pero sus medidas e intentos de intervención directa en los mercados en tiempos difíciles podrían agudizar los problemas y dejar secuelas de largo plazo
LO QUE DEPARA EL FUTURO
El gobierno chino ha demostrado una extraordinaria capacidad para gestionar las graves tensiones económicas y financieras que se han acumulado a raíz del modelo de crecimiento sumamente ineficiente y arriesgado que adoptó. En varias ocasiones, el gobierno ha guiado la economía logrando esquivar amenazas, al parecer inevitables, de una crisis bancaria, una devaluación masiva de la moneda, un hundimiento del mercado inmobiliario y un colapso económico.
Pero cada problema esquivado a duras penas ha tenido su costo: una enorme acumulación de deuda interna, la pérdida de 1 billón de dólares en reservas internacionales en 2015–16 y la elevada volatilidad de los precios de las acciones, los bienes raíces y otros activos.
El gobierno ahora se enfrenta a una serie de dilemas en materia de políticas: cómo seguir reduciendo la deuda y a la vez preservar el crecimiento, cómo reducir la producción que depende en gran medida de la energía con una economía que continúa dependiendo de la industria pesada, cómo lograr que los mercados practiquen disciplina financiera al tiempo que el gobierno trata de intensificar el control estatal, cómo reducir la desigualdad de la riqueza cuando se depende del sector privado para generar más riqueza, cómo promover la innovación en el sector privado mientras se reduce el tamaño de las empresas privadas exitosas.
Los intentos del gobierno por resolver estos impulsos inherentemente contradictorios disimulándolos como un socialismo con orientación de mercado conducirán inevitablemente a nuevos tropiezos y contratiempos. La estrategia del gobierno en materia de políticas, pese a estar regida por objetivos correctos, podría generar más incertidumbre y volatilidad en el corto plazo, lo que a su vez podría erosionar el respaldo público a favor de reformas muy necesarias para impulsar la productividad y el crecimiento a largo plazo.
Histórica y analíticamente, las bases del crecimiento de China parecen ser frágiles. Incluso si no se produce una crisis, los desfavorables factores demográficos, los altos niveles de deuda y el ineficiente sistema financiero frenarán el crecimiento de China. Pero si el gobierno mueve bien sus fichas, también es posible presagiar un futuro más favorable para la economía china, con un crecimiento moderado que es más sostenible desde una perspectiva económica, social y ambiental.