No cabe duda que está siendo un verano muy movido políticamente con impacto en los mercados financieros. Por ejemplo, Rishi Sunak convocó a elecciones anticipadas en el Reino Unido, el pasado 22 de mayo, en un intento de consolidar el apoyo político, pero el resultado fue la elección del laborista, Keir Starmer con una mayoría absoluta. El mercado reaccionó negativamente, con el FTSE100 cayendo hasta 2.2% días después del anuncio de la elección.
Similarmente, en Francia, tras la derrota de su partido en las elecciones europeas, Emmanuel Macron, también anticipó las elecciones (9 de junio). Tampoco logró su objetivo de evitar el auge de la extrema derecha. En este caso, la elección trajo como resultado un parlamento dividido con un aumento significativo del Rassemblent National (partido de extrema derecha). El índice CAC40 acumula una caída de 5.4% desde el día que se anunciaron las elecciones.
En nuestro país, el resultado de la elección del 2 de junio sorprendió por la contundencia. No sólo Morena ganó la presidencia, sino que parece que tiene la posibilidad de llevar adelante reformas ambiciosas, como es la propuesta de reforma al poder judicial. En este caso, la Bolsa Mexicana de Valores cayó hasta 12.6% días después de la elección y tampoco ha recuperado los niveles que tenía antes del proceso (el índice todavía está alrededor de 7.4% por debajo). Por su parte, el peso mexicano pasó de cotizarse en 16.98 el viernes antes de la elección a niveles de 18.73 pesos por dólar algunos días después.
Y todavía falta la elección en Estados Unidos en noviembre.
Las consecuencias sobre los mercados del riesgo político tienen que ver directamente con la manera en que estos eventos tienden a afectar la inflación y el clima de negocios. Un parlamento dividido, como en el caso de Francia, puede llevar a un impasse en las reformas necesarias para mejorar la productividad o el balance fiscal. Por el contrario, un parlamento o congreso con mayoría absoluta, como es el caso de México o de Gran Bretaña, podría llevar a empujar una agenda de reformas poco convenientes o presupuestos menos apegados a la disciplina fiscal. Adicionalmente a esto, no olvidemos que otro tipo de riesgo geopolítico –como son las guerras, los ataques terroristas y otras tensiones– pueden provocar disrupciones al comercio internacional y a las cadenas de suministro.
Estos factores podrían parecernos ajenos pero su impacto está más cerca de lo que pensamos. Al final del día, las disrupciones a las cadenas productivas o al comercio tienen impacto sobre los precios de las materias primas. Una política fiscal demasiado pródiga genera presiones en la demanda. La incertidumbre generada erosiona el clima de negocios y la confianza del consumidor. Todo esto se puede resumir en el impacto en un solo indicador: la inflación. El impacto sobre los precios, a su vez, afecta las tasas de interés, los rendimientos de los otros activos y, por ende, el valor de nuestro patrimonio.
¿Debemos entonces estar preocupados cada vez que hay alguna noticia que implique riesgo? No necesariamente. Si nuestra cartera está bien diversificada podemos estar relativamente tranquilos de que nuestro patrimonio no debería sufrir demasiado. En este contexto, hay que diferenciar entre dos tipos de riesgo. El riesgo sistémico afecta a todo el mercado y no puede ser diversificado. Dentro de esta clasificación se incluyen las recesiones económicas, las guerras, las crisis financieras, las pandemias, etc.
Por su parte, el riesgo no sistémico, o riesgo específico, es el asociado a una empresa o sector en particular. A diferencia del riesgo anterior, este sí es diversificable a través de estrategias de inversión en activos que no se mueven en la misma dirección al mismo tiempo (i.e. tienen una baja correlación), de tal forma que, si uno de estos activos baja de valor, los otros estarán subiendo o, al menos, manteniéndose estables con lo que el valor del portafolio no sufre de manera significativa.
El objetivo de diversificar una cartera es reducir el riesgo de diferentes maneras. Por tipo de activo, implica asignar las inversiones en diferentes instrumentos ya sea de renta variable (acciones), de renta fija (bonos) o en activos alternativos como cuentas de ahorro, fondos de mercado de dinero, inversiones en el sector inmobiliario, etc. Una vez que se eligió el tipo de activo, se puede hacer una diversificación por emisor. Por ejemplo, en el caso de la renta variable, se pueden elegir distintos sectores (tecnología, bienes de consumo, etc.), por tamaño de empresa, entre otros.
En el mercado de renta fija, la diversificación puede venir por el grado de riesgo (bonos de empresas o gobiernos con grado de inversión, bonos basura, etc.) así como por plazo (menos de un año, corto, mediano o largo plazo). Otra dimensión de la diversificación tiene que ver con la geografía. La globalización permite, entre otras ventajas, la posibilidad de invertir en distintos países y en distintas monedas. Dentro de esta dimensión se puede hacer la distinción entre países emergentes o desarrollados, por región o por riesgo cambiario.
Eso sí, hay que recordar que la diversificación es una especie de acto de malabarismo. Se requiere encontrar la mezcla exacta de riesgo rendimiento para tus objetivos financieros y tu tolerancia al riesgo. Un ahorrador joven podría sentirse cómodo con una mezcla más alta de su patrimonio en renta variable con retornos potencialmente más altos, mientras que alguien que está más cerca del retiro les daría prioridad a inversiones con mayor estabilidad.
Empezar a diversificar es muy sencillo. Lo primero que hay que hacer es entender las diferentes opciones de inversión. Puedes hablar con un asesor que te ayude a entender mejor tus necesidades y crear un portafolio basado en estas. Comienza con una pequeña inversión: no necesitas una gran cantidad de dinero para diversificar. Invierte lo que puedas permitirte cómodamente y, con el tiempo, ve ampliando tu cartera.
Al diversificar, puedes convertirte en un inversionista más seguro y preparado, listo para enfrentar los altibajos del mercado. Aunque la diversificación no ofrece garantías, es una herramienta poderosa para gestionar el riesgo y avanzar hacia tus objetivos financieros. No subestimes el valor de la asesoría profesional que te ayude a crear una estrategia de inversión personalizada que maximice oportunidades y minimice riesgos. Nunca es tarde para construir un futuro financiero más sólido y resiliente.